Ryrie El Espíritu Santo es un libro de 19 capítulos sobre varios aspectos del Espíritu Santo y sus ministerios en el mundo.
Ryrie El Espíritu Santo
Un estudio completo, de la tercera persona de la Trinidad y su obra en el creyente
Por Charles C. Ryrie
1965
Tabla de Contenido de Ryrie El Espíritu Santo
Introducción…………………………………………………………………7
1. La personalidad del Espíritu Santo…………………………………11
2. La deidad del Espíritu Santo…………………………………………19
3. Representaciones del Espíritu Santo………………………………26
4. El Espíritu Santo con relación a la creación……………………34
5. El Espíritu Santo con relación a la revelación y la inspiración…..37
6. El Espíritu Santo con relación al hombre en el Antiguo Testamento..46
7. El Espíritu Santo con relación a Jesucristo……………………..31
8. El pecado contra el Espíritu Santo…………………………………59
9. La gracia común………………………………………………………….63
10. La gracia eficaz…………………………………………………………..70
11. La regeneración…………………………………………………………..74
12. La morada del Espíritu…………………………………………………78
13. El bautismo del Espíritu Santo………………………………………86
14. Sellados con el Espíritu………………………………………………..94
15. Los dones espirituales………………………………………………….98
16. La plenitud del Espíritu………………………………………………110
17. Otros ministerios del Espíritu……………………………………..124
18. La escatología del Espíritu Santo…………………………………129
19. La historia de la doctrina del Espíritu Santo………………….133
Libros útiles sobre el Espíritu Santo…………………………….145
Indice de pasajes bíblicos comentados…………………………148
Indice de temas………………………………………………………….150
INTRODUCCIÓN
¡Qué esperanzas brotan del alma del creyente que medita en las posibilidades que ofrece el poder espiritual! ¡Qué cuadros se le presentan a la mente! Puesto que el poder espiritual constituye un anhelo legítimo para el pueblo de Dios, resulta positivo que el creyente experimente tales esperanzas.
Aun cuando los cristianos puedan disentir en cuanto a los medios por los cuales se obtiene el poder espiritual, todos concuerdan en que es resultado de la obra del Espíritu Santo. No hay tema alguno, por consiguiente, que pueda tener mayor significación para el hijo de Dios que el del Espíritu Santo.
Cristiano es el que ha recibido a Jesucristo; cristiano espiritual es el que exhibe a Cristo en su vida; y esto último se logra mediante el poder del Espíritu Santo que mora en él.
La espiritualidad es, por lo tanto, la semejanza a Cristo; y la semejanza a Cristo es el fruto del Espíritu. ¿Qué mejor representación de Cristo puede haber que ésta: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá. 5:22-23)? Este es el fruto del Espíritu. El poder espiritual no es necesanamente, ni generalmente, una manifestación de lo milagroso o lo espectacular, sino más bien la exhibición consecuente de las características del Señor Jesús en la vida del creyente. Todo esto es obra del Espíritu Santo, aquél de quien el Señor Jesús dijo: “El me glorificará.”
Para vivir cristianamente es esencial contar con una adecuada comprensión del ministerio del Espíritu Santo. Mas no es posible comprender plenamente la obra de una persona si no se conoce a la persona de que se trata. Del mismo modo, es preciso saber algo sobre la persona del Espíritu Santo a fin de poder apreciar plenamente su obra. Al lector le puede parecer tedioso tener que dedicarse al estudio de la personalidad y la deidad del Espíritu. Pero lo que es el Espíritu resulta vital para entender lo que hace, y el conocimiento tanto de su persona como de su obra es fundamental para la vida y la devoción cristianas.
No hay parte de la familia de Dios que se haya beneficiado con tantos ministerios del Espíritu como la iglesia de Dios a partir de Pentecostés. Hasta ese momento el Espíritu no había venido a morar en forma permanente en cada uno de los creyentes. La obra de unir a los creyentes con el Cristo resucitado era imposible antes de la resurrección del Señor y la venida del Espíritu en Pentecostés. Su ministerio de enseñanza, de consolación y de intercesión son beneficios que todos los cristianos pueden experimentar sin restricción en el día de hoy. Con toda propiedad puede llamarse a esta época la época del Espíritu; el pueblo de Dios de la época actual tiene un privilegio grandemente superior al de cualquier otra época.
Pablo escribió una sola carta circular a un grupo de iglesias, y dicha carta es Efesios. Fue enviada a todas las iglesias de Asia Menor. Resulta interesante notar la frecuencia con que se mencionan diversos ministerios del Espíritu Santo en esa epístola. Es como si el Espíritu fuese un antibiótico de espectro amplio para los males de la gente. Pablo les recuerda a los que pudieran tener falta de seguridad en cuanto a su salvación que el Espíritu los ha sellado y que su presencia en ellos constituye la prenda o garantía del carácter eterno de su redención (Ef. 1:13-14). Si Dios ha puesto su propio sello de propiedad en nosotros, mediante la persona de su Espíritu, no hay cosa que pueda ser más segura que nuestra redención. La tarea, aparentemente imposible, de unir a judíos y gentiles en un solo cuerpo fue obra del Espíritu, y dicha unión trae aparejado el acceso o ingreso a la misma presencia del Padre (Ef. 2:18). Pablo les asegura a quienes necesitan fuerzas para permitir que Cristo reine en su vida que el Espíritu Santo es quien las da (Ef. 3:16), y es cuando lo hace que se puede comenzar a comprender las dimensiones del amor de Cristo, porque “él me glorificará”.
El problema sumamente práctico, y a la vez importante, de las relaciones con otros creyentes ha de ser orientado y regido por el principio que dice: “Esforzándoos para guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef. 4:3, VM). Un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, y un Dios son las bases en que se asienta este principio de la unidad. Lo que provoca la desunión es el pecado, y uno de los pecados más graves es el mal uso de la lengua; por ello Pablo les recordó a sus lectores que las palabras vanas (y cuánto más las palabras pecaminosas) entristecen al Espíritu Santo (Ef. 4:29-31). La presencia del Espíritu en nosotros ha de servir para controlar nuestra lengua. Las armas de batalla del creyente son la espada del Espíritu y la oración en el Espíritu (Ef. 6:17-18). El modo de obtener poder espiritual es la plenitud del Espíritu, lo que significa simplemente ser regido por el Espíritu (Ef. 5:18). El Espíritu Santo en la vida individual y en la vida corporativa de la iglesia constituye, en efecto, un tema que se repite en esta carta circular que llamamos Efesios.
La solución de los problemas que aquejan a la iglesia hoy está en resolver los problemas del cristiano individual, y la solución para estos últimos es una Persona: el Espíritu Santo. El Espíritu es el antídoto para todo error, el poder para toda debilidad, la victoria para toda derrota, y la respuesta para toda necesidad. Está a disposición de todo creyente, por cuanto mora en su corazón y en su vida. La respuesta y el poder ya nos han sido dados porque el Espíritu Santo mora en nosotros.
Hace algunos veranos estaba a punto de iniciar un viaje de tres semanas consecutivas para hablar en unos campamentos y dar conferencias, cuando caí con laringitis. Desesperadamente fui a ver al médico, en busca de alguna cura milagrosa que me permitiese cumplir con las obligaciones contraídas para esas tres semanas. Lo único que hizo el médico fue mandarme de vuelta a casa, diciéndome que me metiera en cama y que tomase grandes cantidades de líquidos. Pero no me conformé con esto. Me pareció que no estaba cumpliendo su deber como debía, porque había omitido recetarme algún medicamento potente. Ante mi insistencia, accedió por fin, y me dio unas pastillas sumamente caras y supuestamente potentes. Pero al mismo tiempo me dijo que el descanso y los líquidos contribuirían en forma más efectiva que la medicación.
Pero la verdad es que yo no le creí. Por lo menos no obré como si le creyese, ya que comencé a tomar las pastillas fielmente cada cuatro horas al minuto. En cambio, sólo tomaba el agua necesaria para ayudarme a tragar las pastillas. De manera que cada cuatro horas tomaba dos tragos extra de agua. De algún modo logré recuperar la salud; sólo que fue a pesar de mi conducta, y no como consecuencia de ella.
Si este libro fuese una obra que ofreciese al lector alguna fórmula nueva y asombrosamente diferente para adquirir poder espiritual, de seguro que las ventas resultarían fenomenales. Seguramente habría quienes lo leerían de un solo tirón. Pero este libro no es de ese tipo, por cuanto no existe ninguna fórmula nueva y asombrosamente diferente para adquirir poder espiritual. No existe la posibilidad de que surja algo nuevo o de que se agregue algo a lo que Dios ya ha provisto, dado que nos ha concedido al Espíritu Santo para que more en nosotros. Se puede lograr con la misma facilidad que el agua, y no hacen falta pastillas costosas ni programas adicionales. Pero lo lamentable es que la mayoría de los cristianos obran como obré yo cuando tuve aquella laringitis. Buscamos La fórmula nueva, milagrosa, secreta, y pasamos por alto completamente el agua que está a nuestra disposición en forma gratuita. Nos arremolinamos alrededor del predicador que tiene algún nuevo secreto para el éxito, y dejamos en el olvido al Espíritu Santo que nos ha sido dado gratuitamente y que anhela darnos vida en abundancia. No es que necesitemos más de ese Espíritu; pero sí necesitamos desesperadamente conocerlo más, porque en la medida en que aumente nuestro conocimiento de él, crecerán nuestra fe y nuestro poder, y será mayor el control sobre nuestra vida.
Con dicho fin hemos escrito este breve estudio. Es el anhelo del autor que su lectura proporcione un mayor conocimiento del Espíritu Santo, impulse a los lectores a entregarse completamente a su dirección, experimentando en plenitud sus muchos ministerios, a fin de que el Cristo viviente, nuestro Señor, sea manifestado en la vida de todos los creyentes. Cuando así ocurra, sabremos que hemos aprendido bien la doctrina del Espíritu Santo.
Ryrie El Espíritu Santo
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